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Mostrando entradas de mayo, 2017

Parque Centenario

Parque Centenario Se tapaba los oídos con ambas manos y exhalaba vocales usando su cuerpo como caja de resonancia. Tuve la sensación de que estaba practicando un mantra o uno de esos cantos irrepetibles que se usan para meditar. El tipo estaba a mi derecha a unos pocos pasos y a pesar de mi corta distancia no advertí que a su lado tenía una guitarra. La noche ya abrazaba todo el parque y aunque iluminado, la penumbra difuminaba los cuerpos. Entregarse a la contemplación desinteresada es un ejercicio que tengo muy afilado pero por algún motivo fui cediendo toda mi atención al rincón del cantor, a quien apenas divisaba. Lo miré de reojo y en diagonal casi como un fisgón pero era porque no quería invadir su espacio energético o peor: causarle esa impresión. Fue entonces cuando el tipo tomó su instrumento y esas vocales se hicieron notas y ese mantra una canción. Mientras  lo escuchaba reflexioné sobre una paradoja que entendí o creí entender: la observación se d

Línea B

Línea B   Subí apurada en Dorrego. No tenía prisa pero me subí atropellando porque me pone muy nerviosa la gente que anda despacito, me provocan ganas de empujarla o ponerles la traba, me estorban; esto es Buenos Aires genio, andá a caminar a Parque Centenario. Y tampoco. Me cuestiono la ansiedad y la falta de modales pero también me justifico la geografía y la hora pico. No soy mala, soy urbana. Me divierte ser consciente de estas contiendas intelectuales que me atraviesan, que me surcan como flechas. Evoqué entonces un poema de Girondo, estoy segura que de “Espantapájaros”, que empieza algo así como “Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, una manifestación de personalidades...”. Mientras reparaba en esos versos y súbitamente, un perfume se apoderó de todas mis sensaciones; tengo la ridícula habilidad de dejarme llevar por una fragancia compartiendo un vagón con más de 80 personas. El pibe estaba sentado abajo a mi izquierda y no sólo olía a Be de Calvin Kle

Fitz Roy

Fitz Roy La casa estaba vacía y el silencio era estimulante. Gradualmente fui proyectando imágenes que poblaron mi imaginación, como en un libro nuevo o un lienzo en blanco, pero no eran más que puras especulaciones. Pensé en un primer beso de esos que construyen historias y lo creí más apropiado, me gustó eso de pensar la casa como una mujer y tener el deber de descubrirla con delicadeza. Estaba solo y reconociéndome ahí adentro. Había bajado del 140 en Córdoba y Fitz Roy; apenas unos metros después Villa Crespo se exhibía en todo su esplendor de graffitis y talleres de autos. Escuché el San Martín y la barrera de Juan B. Justo y sonreí con aprobación; siempre me gustaron los trenes. El departamento era viejo y de techos altísimos pero muy bien conservado. Lo examiné con entusiasmo y lo recorrí breve pero intensamente. No había muebles. El espacio vacío y mi imaginación empezaron a congeniar y tuve un momento de desorientación, como cuando miramos a contraluz. No t

Siete años

  Siete Años Sólo somos nosotros dos. Nos fastidiaba tener que aclararlo al ocupar una mesa o al asomarnos a un evento cualquiera; ahora lo hicimos bandera. Desde el desayuno feroz a los relatos fantásticos en la cama, las improvisaciones musicales con algo de bullying y las excursiones contemplándolo todo, las caminatas de la mano y los abrazos interminables, la invención de símbolos que ya son nuestros y la confidencia constante; el amor por los animales y sus costumbres, el respeto por el hombre y sus circunstancias. Nos descubrimos descubriendo, porque nos gusta ver todo por primera vez todas la veces. Nos provoca entusiasmo y nos conmueve esa atracción por lo desconocido y la practicamos con naturalidad, acaso porque sentimos que nos hacemos felices haciéndolo. Las plazas de Castelar, las tardes enteras pateando los lagos, los bondiolazos de Costanera, los aviones y las combis por NOA o Patagonia, el cine ritual, el encantamiento d

Vindicación de los pizarrones

Vindicación de los pizarrones Mi papá usaba la puerta de mi habitación como pizarra y me escribía poemas. Antes de dormir escuchaba sus pasos sigilosos y me daba las buenas noches no sin antes señalarme aquéllos versos. El tipo al pie de mi cama se sonreía y exclamaba: “Calla, pero no otorgues. La fantasía es tuya” Le damos mucho más valor a la tinta, la impresión o incluso al lápiz que a la tiza. ¿Acaso no podemos usar la pizarra para señalar un punto de vista, atesorar un nombre de mujer o simplemente escribir una máxima mediocre o maravillosa? ¿La impresión no se rompe, la tinta no se adultera, el lápiz no se borra? Sobre esa oscura y rugosa superficie, generaciones de hombres han trazado figuras y símbolos, oraciones y funciones trigonométricas. Miles de docentes han transmitido su conocimiento imprimiendo con tiza el saber de los grandes pensadores de todos los tiempos. De pie junto a la puerta de la habitación de Franz ensayo unos v

Paula

Paula Ella tenía pecas. Si uno pudiese deconstruir las imágenes que sobrevienen cuando pensamos en alguien, empezaría con esa. No por sus bucles, no por su nariz perfecta, sus dedos flexibles o su culo inquieto. Me gustaba pensar que sus pecas podían torcer el destino de un hombre. Paula me encantaba. Lo primero que hice cuando la conocí fue invitarla a tomar un helado. Lo hice sabiendo que nadie puede rechazar una invitación tan inofensiva, acaso porque es una cita sin desnudez pero llena de fantasía. Nunca me gustaron las grandes cadenas así que fuimos a Scannapieco en Dorrego y Álvarez Thomas, justo frente al Mercado de Pulgas. No tenía ningún plan en mis manos pero sí una sola certeza: el Dulce de Leche Astor viene con granos de café bañados con chocolate. Tímidamente la persuadí para que lo elija; ella además pidió menta granizada (la amé secretamente por eso). A veces ni íbamos a tomar helado; sólo nos gustaba pasar por ahí porque sentíamos la gravitación de ese primer en

1984

1984 La vieja casa de Saavedra y Muñoz. Un cerco frondoso que delimita el inmenso parque y se constituye en frontera contra la calle pero también contra mi imaginación. El piso de tierra, que apenas soporta mi incesante bicicleteo, exhibe un nogal y árboles frutales en una esquina que tengo prohibida. Un living de amplios ventanales es mi rincón favorito cuando no hay sol; ahí está la Winco y ahí también la vasta biblioteca. Con tímido tacto recorro esos lomos y exploro apellidos impronunciables que apenas puedo leer. Hay libros sin portada que tienen una historia para contar, pero que voy a conocer muchos años después. Ese parqué crujiente, que me enseña a ser sigiloso y esconderme con destreza, también astilla mis manos inquietas. Mamá corrige en la cocina, Papá me canta Rubber Soul. La familia entera se junta en el patio a comer asados y me sacan fotos sin aviso para que no me esconda. A los chicos no nos gustan las fotos.

En blanco

En blanco No me gusta dormir. Funes el memorioso sostenía que dormir es distraerse del mundo. Una mañana ordinaria arrastré esa distracción hasta la vigilia. En una lenta transición incomprensible intentaba detectar si aquello era un despertar somnoliento o la oscura prolongación de un sueño luminoso y tridimensional. Reconocí objetos y formas, también texturas; pero empecé a sospechar de las luces que atravesaban mi habitación e inmediatamente después, de todos los colores a mi alrededor. Supuse que estaba muy dormido. Acaso esa mañana no era tan distinta a todas las otras en las que estar lúcido era un proceso paulatino y perturbador. Me mojé las manos y la cara. Respiré hondo y me miré al espejo, que afortunadamente me devolvió mi rostro. Pero los colores. Nunca había visto esos colores, mis ojos estaban desorientados intentando perseguir haces de luz. -¿Estoy durmiendo?-, me cuestioné no sin alarma. La incertidumbre y la certeza eran dos caras de la misma mo

Julia

Julia “Las armas convergían sobre Hladík pero los hombres que iban a matarlo estaban inmóviles. El brazo del sargento eternizaba un ademán inconcluso. En una baldosa del patio una abeja proyectaba una sombra fija. El viento había cesado, como en un cuadro. Hladík ensayó un grito, una sílaba, la torsión de una mano. Comprendió que estaba paralizado…” Jorge Luis Borges, “El Milagro Secreto” Los pies descalzos en tierra mojada. El jardín era una fiesta y nosotros dos regándolo todo; los malvones y el rosal, el naranjo y las mentas, las orquídeas y el nogal. A través de infinitas y diminutas gotas transparentes, con Julia nos gustaba pensar que estábamos siendo también parte del jardín, de la fotosíntesis, del ciclo vital de nuestro patio y de las especies que lo pueblan. Fantaseábamos con que si acaso pudiéramos detener un segundo de nuestra existencia o atrapar un instante de felicidad, sin dudas sería ése. Cuando