Vindicación de los pizarrones
Mi papá usaba la puerta de mi habitación como pizarra y me escribía poemas. Antes de dormir escuchaba sus pasos sigilosos y me daba las buenas noches no sin antes señalarme aquéllos versos. El tipo al pie de mi cama se sonreía y exclamaba:
“Calla, pero no otorgues. La fantasía es tuya”
Le damos mucho más valor a la tinta, la impresión o incluso al lápiz que a la tiza.
¿Acaso no podemos usar la pizarra para señalar un punto de vista, atesorar un nombre de mujer o simplemente escribir una máxima mediocre o maravillosa?
¿La impresión no se rompe, la tinta no se adultera, el lápiz no se borra?
Sobre esa oscura y rugosa superficie, generaciones de hombres han trazado figuras y símbolos, oraciones y funciones trigonométricas. Miles de docentes han transmitido su conocimiento imprimiendo con tiza el saber de los grandes pensadores de todos los tiempos.
De pie junto a la puerta de la habitación de Franz ensayo unos versos de buenas noches y me sonrío. Pero no por la poesía sino por la herencia.
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